Mi nombre es Lisina Collazos Yule, indígena del Cabildo kipe kiwe y soy sobreviviente de la “masacre del Naya” ocurrida en el departamento del Cauca en 2001, tengo 49 años. Convivo con dos de mis tres hijos; mi hijo mayor se llama Duberney Rivera Collazos de 27 años, el realizó su bachiller académico y en este momento está dedicado a trabajar conmigo la parcela que tenemos; mi segundo hijo se llama José William Rivera Collazos de 26 años, es bachiller académico y técnico en sistemas, y actualmente trabaja en las oficinas de la AIC oficinal de salud indígena en la parte de registro y por último tengo una hija, ella no convive conmigo, su nombre es Lina María Rivera Collazos de 25 años, es bachiller y vive con su esposo e hijo.
Yo no tengo mucho estudio pero si conocimiento, solo pude hacer mi primaria en la infancia y cuando tenía 46 pude hacer mi bachillerato en un programa para adultos, terminando en 2003.
A raíz del desplazamiento forzado y de la masacre de mi esposo, nos tuvimos que asentar en un albergue en la Ciudad de Popayán en Cauca, allí las mujeres de la Ruta Pacífica regional Cauca se nos acercaron y nos invitaron a una movilización de mujeres por la exigibilidad de nuestros derechos, esta movilización se realizó de Cauca hacia Bogotá. Algunas de las mujeres que estábamos en el albergue aceptamos ir para exigirle al Gobierno que no nos olvidará y que nos ayudará prontamente; éramos 70 familias desplazadas con muchos problemas y sin un lugar digno donde vivir. Una vez estábamos en Bogotá, veía como las mujeres gritaban rechazando los actos de violencia en el Cauca, las masacres y muertes selectivas que se estaban presentando, esto nos animó mucho.
Cuando regrese al Cauca me di cuenta que el liderazgo era lo mío, así que a los 15 días de la movilización las mujeres de la Ruta volvieron a visitarnos al albergue y ahí fue donde empecé a participar en los procesos de la Ruta Pacífica y por medio de las charlas que ellas nos han hecho sobre feminismos, políticas, resistencias, pacifismos y especialmente derechos humanos y derechos de las mujeres es que he aprendido tanto.
Apenas me fui enterando de cómo eran los asuntos de las mujeres, con las mujeres del albergue creamos la Asociación Asocaidenas y ahí mismo me nombraron como lideresa del proceso de las mujeres y única fiscal. Las 70 familias que estábamos desplazadas provenientes de la región del Naya, Cabildo de Pueblo Nuevo, El Seral y Cerro azul vivimos 3 años y 10 meses en ese albergue y tras instalar una tutela como población desplazada, ganamos y nos reubicaron; hoy en día estamos ubicadas en el municipio de Timbio a 15 min de Popayán zona sur, lo más duro es que regrese a este nuevo lugar con mis dos hijos y mi hija pero sin mi esposo, pues él fue uno de los 6 primeros hombres asesinados en la “masacre del Naya”.
Nuestro nuevo territorio se llama Kipe Kiwe: tierra floreciente Nasa, por tener la oportunidad de volver a empezar, hacerlo fue muy difícil, pero gracias a Dios ya tenemos cafetales y yo me estoy constituyendo como una caficultora y al mismo tiempo sigo en el proceso de la Ruta Pacífica, nunca he parado desde que pertenezco a pesar de las dificultades.
Gracias al apoyo económico y político que ha recibido la Ruta pacífica desde las agencias de cooperación internacional, la Ruta de las mujeres ha podido aportar mucho al proceso de paz porque, primero, hemos sido las mujeres que nos armamos de valor al ver que estaban asesinando a nuestros esposos, familiares y a la comunidad; entonces las mujeres se unieron y deciden en 1996 salir a hacer una movilización en modo de protesta para decir ya no más violencia, que se pare la guerra. Así comienza la Ruta a hacer sus plantones y movilizaciones, que no han cesado, siempre poniendo sobre la mesa las exigencias de las mujeres para que no haya más violencia contra nosotras, llámense indígenas, campesinas, urbanas, de todas las clases de mujeres. Entonces lo que hacemos es salir a la calle rechazando la violencia.
Ahora, el proceso de paz fue una cosa muy bonita para nosotras las mujeres porque ya traíamos una lucha de tiempo atrás, ya teníamos muchas mujeres que apoyaban el tema, entonces fue más fácil porque ya teníamos algunas políticas públicas de cada municipio, de cada organización de mujeres; pudimos propuestas y decir: “la paz sin la voz de las mujeres es incompleta”.
Lo bueno es que ya conociendo nuestros derechos los hacemos valer y en mi comunidad los hombres si nos apoyan, pero afuera en otros cabildos no, eso nos hizo sentir que debemos seguir muy constantes con todo lo que hacemos, y lo que más me alegra es que en toda la estructura indígena ya amplia participación por parte de las mujeres.